En lo alto, donde el silencio y las vistas se dan la mano, se encuentra esta villa de piedra que parece haber estado siempre ahí, observando la ría de Pontevedra con calma. Es de esas casas que no se explican, se sienten.
La finca tiene algo especial. No solo por sus casi 4.000 m² de terreno o por sus 587 m² construidos en tres plantas, sino por la forma en que la luz entra, por cómo el mar se cuela en cada estancia, o por la serenidad que transmite desde el primer paso.
Nada más cruzar la puerta, la casa se abre a un espacio amplio y acogedor. La cocina y el comedor se conectan con una terraza donde desayunar se convierte en rutina favorita. El salón invita a parar, a leer, a mirar. Y en esta planta también hay dos dormitorios con baño privado, además de un baño auxiliar para invitados.
En la planta superior, el dormitorio principal ofrece una salida directa a una terraza con vistas que hablan por sí solas. Junto a él, otro dormitorio con baño en suite y una tercera habitación que podría funcionar como despacho, cuarto de juegos o un rincón de meditación.
La planta baja es puro disfrute: un espacio flexible con cocina secundaria, zona de estar, comedor de verano, baños y acceso directo al jardín. Ahí te espera una piscina con encanto y una zona de barbacoa bien resuelta, perfecta para celebraciones al atardecer.
El exterior está lleno de pequeños detalles: árboles frutales, vegetación consolidada, rincones con sombra y un ambiente que cambia según la hora del día. También hay espacio de aparcamiento para varios vehículos.
Esta villa no es para cualquiera. Es para quien valore la privacidad sin aislamiento, para quien necesite espacio sin excesos y para quien quiera vivir cerca del mar sin renunciar al verde. A un paso de playas como Agrelo o Portomaior, y muy bien conectada con Pontevedra, Vigo y Bueu.
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